Entre las muchas cosas buenas, que las hay, que tiene esta no deseada situación que vivimos, está la del tiempo que podemos dedicar a la lectura, y lo sensibles y absorbentes que nos hemos vuelto. Ahora estoy leyendo «Lo que le falta al tiempo», de la escritora colombiana Ángela Becerra, libro que os una historia surrealista que me ha enganchado desde el principio, lleno de intrigas históricas, amores platónicos y no correspondidos, y un halo de suspense, con el bello escenario de París como fondo, y del que destaco una frase que creo muy acertada: “Estamos muriendo cada día; lo que pasa es que lo olvidamos. Si no lo hiciéramos, no podríamos vivir. El olvido es un mecanismo de defensa, un velo que empleamos para cubrir lo que nos duele”. Os dejo con un artículo que publicó Ángela Becerra @adn.es, y que me parece muy apropiado para el momento, espero que os guste. J.L.Soba
El día del huracán
El día que llega la gran ventolera hay que tratar de no volar. Cuando todo se agita hay que pisar tierra firme, atrancar puertas y ventanas y esperar que pase la mala corriente.
Pero el viento más devastador no se configura en los cielos. Toma forma, se dispara e incluso arrasa desde la cumbre de nuestro ser: en el propio cerebro.
Todos, en algún momento, somos provocadores o víctimas de huracanes. Circunstancias que creemos ultrajantes, inadmisibles o inexplicables arremolinan nuestra paz y nos impulsan a romper equilibrios, rasgar opiniones y defecarnos sobre todo lo vivido, construido y amado.
El huracán personal, como arrebato de ira y contundencia que es, siempre gravita sobre una excesiva adrenalina de tensión, esa gran polvareda que ciega la visión y anula la dimensión.
Cuando sucede (siempre llega el día en que sucede) es absurdo, en plena ventolera, tomar decisión de nuevos vuelos, porque la ira paraliza el entendimiento y corroe el amor.
Por eso es tan importante blindar el cerebro y esperar el fin del huracán sufrido o provocado. Permitir que la noche, que es el telón de los días, se haya levantado y redescubrir la luz de nuestro más luminoso y sereno clima personal. Y entonces decidir. Mirándose a los ojos. Sin rencores que lastren, ni odios que cieguen. De clima a clima. Cargados ambos de la energía más eficaz: la de la razón sin ira.
Ángela Becerra, en@adn.es