Todos somos magos, ¿te das cuenta? Cuando crezcas, crecerá tu propia magia.
Cuando se nace se rompe el cordón umbilical que te ata a tu madre. Cuando se
crece ha de desprenderse uno de la magia de los padres para ir armando el mago
mundo de cada cual.
Historia de un hijo y de magia
e contaré la historia de un mago.
Érase un rey que adoraba a su hijo el príncipe y lo educaba con la didáctica más
esmerada.
El rey le enseñó que no existen las islas, que no hay Dios, y que tampoco
existen sirenas de mar. El hijo aprendió eso y todo lo demás que su padre le había
enseñado.
Cuando creció, su padre lo envió a recorrer el mundo para que acrecentara sus
conocimientos y su experiencia de la vida.
Navegando por los mares el barco del príncipe fue a recalar en un grupo de islas
cerca de Australia. Ahí se detuvieron.
El príncipe descendió con su cortejo. Un hombre grande, con una galera alta, y
un manto negro de mangas anchas, blancas por dentro, salió a su encuentro.
—¿Qué es esto? —preguntó el príncipe.
—Una isla —respondió el hombre.
—¿Y tú quién eres? —Yo soy Dios —dijo el hombre.
El príncipe miró a su alrededor. De pronto avistó, entre la vegetación,
mujeres hermosas, con la mitad del cuerpo en forma de pez.
—¿Y ésas quiénes son?
—Son sirenas —dijo el hombre.
—No puede ser. Me has mentido. Mi padre me enseñó que no hay islas ni Dios
ni sirenas.
—Vuelve a tu casa y dile a tu padre que él te ha mentido. Dile que lo has visto
todo con tus propios ojos y repróchale a él su mentira.
El príncipe se embarcó.
Regresó a su casa. Corriendo fue a ver a su padre y con furia le gritó:
—¿Padre, por qué me has mentido?
—No te he mentido, hijo. ¿Por qué estás tan agitado?
—Me has mentido. En mi viaje encontré islas, sirenas, y también a Dios.
—¿Quién era Dios?
—Era el hombre que estaba en la isla.
—¿Y cómo estaba vestido?
—Con una galera alta, un abrigo negro, grande, de anchas mangas, negras por
fuera y blancas por dentro.
—No era Dios. Era un mago. Te engañó con su magia, hijo. Ahora vuelve y dile
que es un mago, y que es un mentiroso.
Así se hizo.
Cuando el príncipe retornó a la isla le dijo al hombre:
—Mi padre me dijo que eres un mentiroso, que eres un mago, y que todo lo que
has hecho es trucos de ilusión y que…
Estaba tan enojado que las palabras lo asfixiaban y no podía terminar de hablar.
El hombre sonrió con dulzura.
—Esta vez tu padre te dijo la verdad. Es cierto, soy un mago. Pero…
—¿Pero qué? —gritó el muchacho, ansioso, angustiado.
—Pero hay algo que tu padre no te dijo.
—¿Qué cosa?
—Que también él es un mago…
Desconcertado, cabizbajo, hundido bajo su perplejidad, retornó el príncipe a su
casa y le transmitió al padre el mensaje del mago.
—¡Dice que también tú eres un mago! *
—Es cierto, hijo, es cierto…
—Entonces —exclamó con la voz teñida de llanto—, entonces no hay islas, no
hay Dios, no hay sirenas, lo he perdido todo, padre, todo…
—No, hijo, no lo has perdido. Estás creciendo. Hasta ahora viviste en el mundo
por mí construido. Ahora tendrás que ser tú mismo un mago, y de tu magia
dependerá el mundo que tengas…
Jaime Barylko, en su libro “Los hijos y los limites”