«Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios».
El Genio del Mal (1848) obra de Guillaume Geefs.
«Lucifer»
ovido por la curiosidad, me puse en camino. E intenté encontrar a Lucifer.
Al llegar al desierto descubrí a un ermitaño, consumido por el hambre y la sed.
“¿Conoces tú a Lucifer?”
Y el eremita, espantado, exclamó: “El Maligno tiene forma de fuente. Sus aguas son deseables, pero guárdate, peregrino: solo son un venenoso espejismo.”
Me adentré después en el templo de las vírgenes sagradas.
“¿Conocéis vosotras a Lucifer?”
Y las sacerdotisas, espantadas, exclamaron:
“El Maligno tiene forma de macho cabrío y trata de poseernos cada noche.”
Al interrogar a los doctores de la Iglesia, espantados, se santiguaron, exclamando:
“El Maligno es una hidra de siete cabezas que devora cuantos se alejan de nuestra santísima protección.”
Pregunté también entre los negros y éstos, espantados, exclamaron:
“El Maligno, sin duda, es el hombre blanco…”
Encontré más adelante a un sabio.
“¿Conoces tú a Lucifer?”
El Maligno -exclamó con espanto el anciano- es un monstruo de doble lengua: lleva consigo la contradicción.”
Y al atardecer, a punto de abandonar tal inútil empresa, me salió al paso un joven de gran belleza.
“¿Conoces tú a Lucifer?”, le interrogué con desaliento. “Sí. Soy yo”.
Desconcertado, no supe qué responder. Y Lucifer, comprendiendo mi confusión repuso:
“¿De qué te asombras?… Solo consultaste a mis enemigos.”
Juan José Benítez, de su libro “La otra orilla”.