Tartas de albaricoque, cuento sufí

Albericoques, foto J.L.Soba

Albericoques de Viguera, foto J.L.Soba

Esta es una antigua historia sufí cuyo origen se remonta al siglo VIII y que se cree se desarrolló en Afganistán. Estos relatos sufíes, son de una aparente sencillez infantil, pero encierran multitud de interpretaciones y significados, de tal forma que generan en nosotros infinidad de reflexiones aplicables a nuestra vida cotidiana.                                  Esta maravillosa historia me hace volver a los tiempos de mi niñez, en los que todo se aprovechaba, en los que todo tenía un destinatario y recuerdo el sabor de esa «fruta tocada», que una vez limpia, sabía a gloria, no en vano nuestros mayores siempre nos decían que cuando una fruta estaba comida por los pájaros, era porque estaba buena.
El ansia y el egoísmo en el que muchas veces nos vemos inmersos, hace que a veces nos compliquemos en situaciones, que cuando las afrontamos de una forma relajada y sencilla, nos ayudan a encontrar una solución más lógica.                                                                      José Luis Soba

 Tartas de albaricoque
(cuento sufí)

Una anciana había sido famosa durante treinta años por
el sabor delicioso de sus tartas de albaricoque. Todo el mundo en
kilómetros a la redonda había escuchado hablar de las deliciosas
tartas y las comían, no sin hacer comentarios respecto a su
inigualable y delicioso sabor. En el curso de los años, cientos de
personas le asediaron pidiéndole la receta.
Ella, la anciana de las deliciosas tartas continuó haciendo tartas
todos los años, y así durante muchos años, durante la estación de
los albaricoques; distribuía las tartas con gusto sin distinguir
razas o credos, ni posiciones sociales , a diestra y siniestra, pero
siempre guardando en secreto su receta.
Un día, temiendo que la anciana mujer muriera repentinamente sin
haber transmitido el secreto de sus tartas, el Gran Califa de
Afganistán – que también era ambicioso al mismo tiempo que amante de
las tartas de albaricoque – ofreció una recompensa de cien monedas de
oro por su secreto.
No pudo encontrar a nadie que cocinase tartas como la anciana, aunque
una gran multitud de gente solicitase la cuantiosa recompensa,
pretendiendo que podía hacerlo. Finalmente, sin embargo, se sorprendió
al encontrar a la enigmática anciana mujer a su puerta, ofreciendo
vender la famosa receta.
Pensé que nunca se la darías a nadie – balbuceó el Poderoso Califa.
Ah, primero debía encontrar un signo de sinceridad – dijo la
anciana.
Pero, ¿Cómo sabes que soy sincero? – preguntó el Califa.
Tú – dijo la extraña anciana – eres un hombre que ama el oro. Ahora
que estés de dispuesto a desprenderte de una parte de él, y no
digamos cien monedas de oro, muestra, al menos mediante tu propio
patrón de ambicioso, que eres sincero. Esto es lo más cercano a la
verdadera sinceridad que, según parece, podemos llegar a este punto.
De modo que te daré el Secreto.
El Califa se sentía encantado. Tomo lápiz y un trozo de papel y pidió
a la mujer que dictase la receta.
No necesitas lápiz ni papel – dijo ella – , ya que no hay mucho que
decir. Recojo albaricoques gratis, de los arboles de la gente
caritativa. Luego añado agua y un poco de miel; y eso es todo lo que
hay que decir.
¡Pero así es como todos los demás hacen tartas de albaricoque en todo
el Califato de Afganistán! – Exclamo el Califa –. Ciertamente no te
voy a dar cien monedas de oro por decirme eso.
Tómalo o déjalo – dijo la mujer.
No tiene sentido alguno – dijo el avaro Califa –, pero si el secreto
no está en los ingredientes, debes decirme ¿Cómo la haces? Debe de
encontrarse en la elaboración de la costra de masa de la tarta, o
en los tiempos de horneo.
La anciana mujer sonrió
No lo hago en modo alguno. Me acerco al panadero del pueblo y le pido
algo de masa común pastelera que él haya amasado, cubro el plato con
la pasta y le pido que lo ponga en el horno junto con el pan que
hornea, y así es como se hace.
Pero debe de haber algo especial en las tartas – dijo el Califa –, y
quiero saber lo que es.
Muy bien – dijo ella, sígueme y haz exactamente lo que hago y veremos
cómo te las arreglas. Descubrirás si eres capaz de captar lo que es el
Secreto de la fabricación de tartas de albaricoque.
Fueron juntos de excursión muy temprano por las huertas comunes de la
localidad de albaricoques. La anciana, como es costumbre en esas
partes, fue admitida libremente, mientras que el avaro Califa pagaba
con monedas de cobre y plata a los dueños de las huertas para que le
trajeren en unas cestas los frutos de albaricoque que tenían
previamente almacenados. Mientras que la anciana recogía por sí misma
los frutos.
Todo siempre bajo la mirada observante del Califa, ambos hicieron
por separado unas mermeladas con miel y albaricoque. Luego llevaron
sus platos al panadero, e hicieron que les pusiese la masa común
pastelera encima de las tartas. Luego se dedicaron a esperar hasta que
éstas estuviesen listas.
Cuando las tartas estuvieron horneadas y se enfriaron, las probaron.
La tarta de la anciana era deliciosa. Pero la tarta hecha por el
Califa era sencillamente muy ordinaria.
El Califa meneó la cabeza, muy perplejo, y luego comenzó a injuriar
a la mujer anciana, la llamó hechicera e impostora por haber
introducido una pócima secreta a sus tartas, el Califa mientras
devoraba una tarta de la anciana, expresó: el sabor de tus tartas
me tiene hechizado. Anciana – dijo el Califa – eres una necia por no
transmitirme el secreto – y la tacho de bruja con contacto con
poderes malignos.
Una vez que el Califa de Afganistán quedó exhausto por comer tantas
tartas y se sentó en un banco en el exterior de la panadería, la
anciana sonrió una vez más.
Después de tus resoplidos y tú enojo, tras tus aires de superioridad
y vana confianza en el poder del dinero, tras todo ese absurdo,
arraigado en su sucio corazón – dijo ella – , te diré dónde te has
equivocado.
Como habrás observado, a mi una persona pobre se me permitió recoger
tanta fruta como desease en esos huertos. En reconocimiento a esto,
nunca he tomado la fruta madura, y perfecta para mis tartas, ya que el
dueño de la huerta tiene derecho a conservar la mejor fruta de la
temporada, de modo que pueda venderla para mantener a su familia. Así
que siempre he cogido albaricoques dañados que no estaban maduros aún
y los demasiado maduros, mezclándolos en mis tartas. Éste es el
secreto de su maravilloso sabor. Tú, por tu parte, codicias tanto la
perfección y las ganancias que, como todos los demás que han buscado
mi secreto, tomas siempre la fruta más atractiva. El resultado fueron
tartas de albaricoque ordinarias.
Con estas palabras guardó las bolsas de monedas de oro en un cinturón
y la anciana siguió su camino.

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