Cuando Miguel Gila se enamoró de una cantante de mariachis y la disfrazó de pelotari para no recibir tres balazos.

Hoy como buen viernes que es, traemos al ambigu una historia real, que supera cualquier guión humorístico, y es que lo que no le pasase en su vida a Miguel Gila, no le pasaba a nadie. J.L.Soba.

“Cuando un hombre se muestra indiferente hacia una mujer supone un desafío para ella”. Miguel Gila

El famoso dueto de Las Hermanas de Alba, integrado por Silvia y Yolanda García de Alba Partida.

Cuando Miguel Gila se enamoró de una cantante de mariachis y la disfrazó de pelotari para no recibir tres balazos.

El humorista Miguel Gila contó una y mil veces la «historia de mi vida». Sin embargo, hay muchos capítulos que a día de hoy siguen siendo poco conocidos. Por ejemplo, uno de los que pudo acabar con él cosido a balazos en México D. F. a finales de los años 50 por culpa de una aventura amorosa. Ya era un cómico de éxito en España cuando a finales de 1958, al final de una actuación en el club madrileño Pasapoga, Emilio Azcárraga, propietario de Televisa, le ofreció un contrato. Como recordaba el propio Gila en su libro Y entonces nací yo (Temas de Hoy, 1995), «Incluía actuaciones en televisión, en una sala de fiestas de muy buen nivel y en un programa de radio». Acordaron 2.000 dólares a la semana, corriendo Don Emilio, a la sazón uno de los hombres más ricos y poderosos del país, con todos los gastos de viaje y alojamiento.

Gila, que ya había tenido una experiencia previa poco satisfactoria en Argentina, iniciaba así la conquista de Latinoamérica, donde desarrolló su carrera con tanto éxito como en España. Tras un larguísimo viaje, con escalas en Las Palmas, Lisboa y Nueva York, incluso antes de aterrizar en México presagiaba «su fuerza, su colorido, su enorme personalidad, la más fuerte de todos los países de habla hispana». Al aterrizar de madrugada unos mariachis le recibieron junto a un grupo de periodistas. Comenzaba una aventura triunfal que algunos plumillas relacionaban con las de Hernán Cortés, Rockefeller y Don Juan Tenorio. “El resorte de la conquista ha sido el resorte que ha movido la voluntad de los hombres desde tiempos inmemoriales. Conquistar tierras, dinero, fama, amor“. No se equivocaban en el presagio, tampoco en lo referente a lo romántico.

Por la capital paseaba con el Chevrolet Impala azul que había insistido en comprarle Don Emilio. Se iba haciendo con la forma de hablar de los mexicanos –aprendió que no se podía pedir a nadie, ni siquiera a un sastre, que «le hiciera un traje»–, se presentaba a sí mismo como un «gachupín» y también entendió que allí se llevaba «revólver como se lleva una pluma o un bolígrafo». Mientras, sus actuaciones en El Afro, el local en el que sólo grandes como Olga Guillot, Celia Cruz o Chavela Vargas estuvieron más de una semana, se iban sucediendo con gran éxito de crítica y público. Entre los asistentes, reía a carcajajadas Mario Moreno ‘Cantinflas’. También pasaban por allí las Hermanas Alba, unas populares cantantes de rancheras con las que Gila actuaba en sus apariciones radiofónicas. «Me enamoré de una de ellas, Yolanda, la más joven de las dos», escribió en sus memorias. «Yolanda tenía un rostro hermoso, ojos grandes y oscuros y el pelo negro y brillante, sus facciones eran muy indias. Tal vez fue esto lo que más me atrajo de ella, aparte de su voz, su forma de hablar y su gran sentido del humor. **Cada vez que nos besábamos me decía: ‘¿Qué me diste, gachupín, que me traes de un ala?». **

Las citas entre Gila y Yolanda se producían siempre a escondidas del padre de la cantante, un hombre machista y sobreprotector que no permitía que nadie se acercara a sus hijas. Ella, que conservaba con celo su virginidad, temía por lo que pudiera hacer si se enteraba de que estaba viéndose con este hombre mayor que ella, extranjero y encima casado. A finales de los 40 el humorista se había casado en Zamora con la hija de la dueña de la pensión en la que vivía. Cuando se marchó a Madrid para buscar fortuna se separaron pero, habiendo ilegalizado Franco el divorcio, aquella mujer lo demandó por adulterio: Gila cohabitaba con la bailaora Carmen Visuerte, La Gitana Rubia, con la que tuvo dos hijos de los que sólo dio sus apellidos al mayor.

Enamorado como estaba de la cantante de rancheras, Gila consultó con varios abogados e incluso pensó en solicitar en México asilo político. También en casarse por lo civil, aunque también dificultaba su regreso. «Si en España se enteraban de que me había casado en México, me declararían bígamo». Mientras tanto, ignorante de lo que sucedía, el padre de Yolanda tenía planes para ella. Había echado el ojo al delegado de la compañía de aerolíneas Iberia en México, que aunque treinta años más y también separado, les parecía un buen partido para su hija.

Durante esos meses Silvia, la otra integrante del dúo se casó con un político local y las Hermas Alba dejaron de actuar juntas. Yolanda se enroló en un mariachi y giró por el país con Gila, compartiendo escenarios en Tampico, San Luis Potosí, Guanajuato, San Miguel Allende, Querétaro, Guadalajara, Acapulco y Cuernavaca. En esos lugares fue testigo el cómico de sus primeras balaceras, cuando el público festejaba las actuaciones a tiro limpio, y también constató que su humor no acababa de ser bien recibido. «Lo único positivo de aquella gira era que a Yolanda y a mí no nos vigilaban y fuera de las horas de trabajo teníamos tiempo para darle mayor dimensión a nuestra relación siempre, como dije al principio, respetando su virginidad, cosa nada fácil para mí, que con cuarenta años recién cumplidos mis necesidades sexuales no eran fáciles de contener. Y supongo que para ella tampoco. Siempre nos quedábamos en el límite del orgasmo».

Tras aquella tournée Miguel Gila volvió a la capital decidido a hablar con el padre. Sin embargo, y a pesar de que la madre se mostraba favorable a la boda, el señor no atendió a razones y le echó de su casa con cajas destempladas. Eso no evito que la pareja se siguiera viendo «a escondidas, como dos delincuentes». Un domingo que su novia le visitó en el chalet donde vivía, mientras prepararaban una paella juntos, llamaron a la puerta. «Fui a la puerta y arrimé el ojo a la mirilla, a través de ella vi la cara y el bigote del mexicano que a su vez era padre de Yolanda». Ella recogió sus cosas y se escabulló rápidamente por el tejado. Gila abrió al padre de Yolanda, que fue claro y directo: «Vengo a darle a usted tres balazos». Gila le invitó a pasar para que se calmara y comprobase que Yolanda no se encontraba allí. Contrariado al no dar con su hija, salió de la casa y se metió en el coche pero no arrancó. Convencido como estaba de que acabaría apareciendo, el hombre se quedó allí vigilando.

Fue entonces cuando Gila se acordó de uos amigos que había hecho al poco de llegar a México: unos pelotaris vascos a los que frecuentaba mucho. Uno de ellos, Salsamendi, atendió su llamada. «Quédate tranquilo, que yo te lo resuelvo», le dijo. Poco más tarde apareció por alli un grupo de pelotaris cantando y voceando, entraron en el chalet y pusieron en práctica su plan para sacar de allí a Yolanda sin que se diera cuenta el padre encorajinado. Lo cuenta Gila: «Le pusieron una gabardina azul marino, muy distinta a la de Yolanda, se recogió el pelo y le colocaron una boina, le colocaron una botella de ginebra en la mano y después de un rato salieron todos en grupo, cantando una canción vasca, y yo con ellos. El padre de Yolanda nos vio salir, pero ni por asomo se imaginó que uno de los pelotaris era su hija».

Cuando se despidieron esa noche también fue la última vez que Miguel Gila vio a Yolanda, la mitad de las Hermanas Alba. Ya no volvió a la radio en la que solían coincidir y su padre imposibilitó que hubiera la más mínima comunicación entre ambos. Yolanda había sido enviada a Durango, a un millar de kilómetros de la capital, para pasar una temporada con unos familiares de allí. «Me sentí culpable de aquel destierro y pensé que lo mejor era terminar con la relación», escribió Gila. «Sabía que no me iba a ser fácil, pero pensé que con el correr del tiempo se nos iría olvidando». Como en una las rancheras que cantaban las Hermanas Alba, *Las gaviotas*, ambos no tuvieron más remedio que «abrir sus alas y buscar nuevos amores».

Manu Piñón, 6 de marzo de 2019, para Vanity Fair España

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